KATHERINE HERPBURN (1907 - 2003)

ALGUNAS PELICULAS

 

 

 

 

 

 

 
"Doble sacrificio" (1933), de Lowell Sherman

"Mujercitas" (1933), Cukor, " Gloria de un día" (1933), de Lowell Sherman, "Damas del teatro" (1937), de Gregory La Cava

"Vivir para gozar" (1938), de George Cukor

"La fiera de mi niña" (1938), de Howard Hawks

"Historias de Filadelfia", de Philip Barry

"La mujer del año" (1942), de George Stevens

"El estado de la Unión" (1948) , de Frank Capra

"Adivina quién viene esta noche" (1967), de Stanley Kramer, " La reina de África" (1951),John Huston

"El león en invierno" (1968),“Las troyanas” (1970, de Michael Cacoyannis

"En el estanque dorado" (1981) de Mark Rydek

 

BIOGRAFIA

 

Katharine Houghton Hepburn; Hartford, Connecticut, 1907 - Old Saybrook, Connecticut, 2003) Actriz estadounidense, gran dama del teatro y protagonista de grandes títulos clásicos de la historia del cine. Katharine Hepburn nació en el seno de una familia aristocrática que decía descender de un hijo bastardo del príncipe Juan de Inglaterra. Esta alcurnia y el hecho de que sus antepasados hubieran llegado a Estados Unidos en el Mayflower eran referencias que los Hepburn mantenían muy frescas.

La confortable paz burguesa en que transcurrió su niñez se quebró la mañana de 1921 en que encontró a su hermano Tom colgado en el desván. Este inexplicable suicidio fue una tragedia familiar sin paliativos que a ella le afectó especialmente, por lo que sus padres la enviaron una temporada a la casa de verano que poseían en Fenwick.

A su vuelta daba la impresión de haber madurado de golpe y, pese a sus catorce años, mostraba ya rasgos de su legendario carácter. Ese mismo año ingresó en el exclusivo Bryn Mawr College de Filadelfia, donde más tarde estudió arte dramático y se convirtió en miembro permanente del grupo de teatro universitario.

En junio de 1928, al día siguiente de su graduación, viajó a Baltimore para entrevistarse con Edwin H. Knopf, director de una compañía de teatro que ensayaba en esos momentos The Czarina; tras mucho insistir, se hizo con un breve papel en la obra. Este debut y su famoso temperamento le valieron, en aquellos primeros tiempos, el mote de «la Zarina»

Su trabajo recibió muy buenas críticas, de las que se hizo eco David O. Selznick, entonces responsable de producción de la RKO, quien le ofreció un contrato que ella misma negoció hasta lograr un salario de gran estrella, 1.500 dólares semanales, cuando en el teatro ganaba 100. Fue el precio que consideró justo para mudarse a Hollywood.

En el verano de 1932 rodó su primera película, Doble sacrificio, nada menos que junto a John Barrymore, y desde el primer día congenió con el director, George Cukor, que enseguida supo que había escogido a una actriz de gran talento instintivo. Cukor la dirigiría en una decena de filmes, entre ellos Mujercitas (1933), basada en la novela de Louise M. Alcott, en la que por supuesto encarnó a la masculina Jo, un papel que contribuyó a cimentar su propia androginia en una época en que imperaban mitos de feminidad como Jean Harlow o Mae West.

El éxito de esta película y de Gloria de un día (1933), de Lowell Sherman, que le valió su primer Oscar, abrió una etapa de auge en su carrera que, contra todo pronóstico, no tardó en declinar, durante la segunda mitad de la década, de forma paralela a la decreciente repercusión comercial de algunas sus películas. Algo que hoy resulta incomprensible, dado que precisamente en esos años rodó títulos del calibre de Damas del teatro (1937), de Gregory La Cava; Vivir para gozar (1938), de George Cukor, o La fiera de mi niña (1938), de Howard Hawks, pero que entonces obligó a la actriz a regresar a Nueva York y retomar su labor en los escenarios.

Su reaparición en Broadway supuso un nuevo auge en su carrera: su trabajo en la comedia de Philip Barry Historias de Filadelfia llegó a las cuatrocientas representaciones y recibió el aplauso unánime de crítica y público.

Y la Hepburn, , volvió a la Costa Oeste para ofrecerle la adaptación al zar de la Metro Goldwin Mayer, Louis B. Mayer, quien aceptó, aunque no se plegó a las exigencias de la actriz de que los coprotagonistas fueran Clark Gable y Spencer Tracy. Le proporcionaron a Cary Grant y James Stewart y tuvo a Cukor como director, y la química conseguida prueba que fue la elección perfecta para una película memorable. Esta vez perdió el Oscar injustamente frente a Ginger Rogers, pero ganó con justicia un prestigio que ya no la abandonaría.

Por su autobiografía (Me, 1991) se supo que por esa época vivió una intensa relación clandestina con el realizador John Ford (un hombre casado e infeliz, ferviente católico y alcohólico sin remedio que al final de su vida confesó su arrepentimiento por no haberla llevado al altar), y que el vínculo se deshizo nada más conocer a su admirado Spencer Tracy (también casado, infeliz, católico y alcohólico). Los unió La mujer del año (1942), de George Stevens, y desde entonces hasta Adivina quién viene esta noche (1967), de Stanley Kramer (Tracy murió unos días después de finalizar el rodaje) formaron una de las grandes parejas del cine y de la vida a lo largo de nueve películas y veinticinco años de torturados amores también clandestinos.

Durante los años cincuenta y sesenta rebajó mucho su ritmo de trabajo, lo cual no le impidió cosechar grandes éxitos como La reina de África (1951), que coprotagonizó con Humphrey Bogart, o la citada Adivina quién viene esta noche (1967) y El león en invierno (1968), por los que obtuvo sendos Oscar de forma consecutiva. En las décadas siguientes, acusando su ya avanzada edad, redujo su presencia cinematográfica a papeles esencialmente de apoyo, con la notable salvedad de En el estanque dorado (1981), auténtico testamento fílmico por el que se le concedió su cuarto Oscar, y en el que compartió cartel con otra gloria del cine clásico estadounidense, Henry Fonda.

Hepburn se despidió del cine en 1994, ya octogenaria, para retirarse a su casa de campo, en Old Saybrook, Connecticut, donde la acompañaban habitualmente familiares y amigos, además de su biógrafo, Scott Berg, que la visitaba los fines de semana y concluyó allí veinte años de entrevistas que dieron forma a un libro, Kate remembered (2003), que, conforme a lo pactado, publicó tras la muerte de la actriz.

Pese a su divismo, era de una enorme generosidad con sus compañeros gracias a un dominio de sus posibilidades que le permitía, sin traicionar ni un ápice su estilo, una inmediata adaptación que hacía las delicias de sus directores. Luego estaba su porte singular (su altura, el cuello largo, los pómulos altos, las facciones angulosas...), un tipo de belleza que ha perdurado en el tiempo ajeno a cánones y modas. El resto era aplomo, seguridad en sí misma y mucho talento. En la vida real era todo un carácter, y hasta más allá de los noventa años conservó una energía y una lucidez que no lograron apagar los temblores que le producía la enfermedad de Parkinson que padecía desde hacía tiempo.

 

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